Cuenta el dramaturgo Juan Mayorga que durante un viaje a cierta isla del Mediterráneo se encontró en su paseo con la celebración del Viernes Santo. Allí, en la iglesia, estaban los habitantes del pueblo. Llegado el momento, salieron en procesión alrededor del templo para volver a entrar más tarde. Lo curioso es que repitieron el proceso hasta siete veces. La razón de esa reincidencia, desvela Mayorga, es que la tradición de ese día es visitar siete iglesias, y como ellos solo tienen una, dan vueltas sobre la misma en siete ocasiones. Ahí radica el principio de lo teatral.

Las ciudades —y en los últimos tiempos muy especialmente las del sur de Europa— se han convertido en ese escenario que atrae a decenas de miles de personas a viajar a él e interpretar su papel. Pasean, hacen fotos, consultan mapas, preguntan por el camino más corto para llegar al siguiente monumento de la lista, disfrutan de la postal que ofrecen las vistas desde las terrazas. Pero no son los únicos actores: ¿qué ocurre con quienes habitan la ciudad? ¿Hay paisaje para ellos/as? ¿Cuál es su rol en ese espacio?

Con este paseo examinaremos de qué forma el espacio de la ciudad que habitamos, ahora saturado de visitantes en algunas zonas, determina —en ocasiones desde el malestar— la experiencia de la disponibilidad del lugar y el tiempo para el desarrollo de nuestras vidas y rutinas. Reproduciendo durante una hora aquella teatralidad para invocar un tipo muy concreto de atención, observaremos uno de los sitios emblemáticos que acoge la continua ola de visitantes, diferentes en particular pero indistinguibles en su hacer, tratando de extraer conclusiones en lo relativo a las funciones que ejercemos en la ciudad y el intercambio que se da entre el territorio y nuestra presencia en él. Pensaremos, a partir de algunas preguntas y las respuestas ofrecidas por distintos autores/as (Charles Baudelaire, Walter Benjamin, Georges Perec, Joseph Brodsky, Marie Luise Kaschnitz, Dean MacCannell, Donna Stonecipher), la relación entre identidad, paseo y espacio.