Con Adriana Cavarero reflexionaremos sobre la importancia de la narración. Hannah Arendt explicó que, después de la guerra de Troya, cuando Ulises llega a la corte los feacios y un aedo le canta la historia de su propia vida, Ulises, con el rostro tapado, rompe a llorar. El héroe por antonomasia no puede contener sus lágrimas porque, «aunque nunca había llorado antes, ni cuando sucedió lo que ahora está oyendo», solo en ese momento, al escuchar la historia, «llega a ser plenamente consciente de su significado». No solo necesitamos contarnos a nosotros quiénes somos, sino que precisamos del reflejo que los otros nos brindan cuando nos narran, requerimos de la polifonía de voces para narrarnos con y desde los otros.

La identidad, más que la ejecución de una idea predeterminada por el sujeto, es una historia en devenir a la que dotamos de sentido cuando miramos atrás. Un devenir en el que, por cierto, nos entrelazamos con la mirada y la voz de los otros que nos atienden, nos piensan y nos cuentan. Figuras como Pasífae o Ariadna representan la injusticia que se comete contra aquellas mujeres cuya historia es silenciada o distorsionada para ponerla al servicio de los relatos masculinos. Ariadna, aunque así nos lo hayan contado, no es la mujer abandonada por Teseo, es, sobre todo, la que posibilita el acto heroico de Teseo gracias al devanado de su hilo. Reconocer la singularidad de cada vida humana que solo puede manifestarse narrativamente en su relación con los otros es, para Cavarero, un acto de resistencia y compromiso con «la existencia irrepetible de un insustituible».