Speakers' Corner
El mundo del arte
19 sep. 2024 — 11:00 A 22:00
20 sep. 2024 — 11:00 A 22:00
21 sep. 2024 — 11:00 A 22:00
Plaza San Martín
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¿Cómo nos sentimos con respecto al mercado y a lo que, en general, llamamos “el mundo del arte”? Con frecuencia cada vez mayor, encontramos en los medios de comunicación noticias relacionadas con el valor desmedido de algunas obras de arte. Asistimos a competiciones entre pinacotecas y galerías para ver cuál de entre ellas recibe el mayor número de visitantes. Vemos que los mejores museos y colecciones del mundo abren sucursales, que operan casi como franquicias de supermercados. Junto al valor cultural del arte contemporáneo, también se defiende su papel en el debate político. Todos estos elementos contribuyen a producir una idea ambivalente del mundo del arte, de atracción y repulsión. Mientras las visitas a las exposiciones temporales se multiplican en una ciudad como Madrid, también se abren muchos otros debates ciudadanos sobre el valor de muchas de esas convocatorias, sobre la importancia cada vez mayor que van cobrando los llamados “curadores”, o los galeristas, o los marchantes, o los periodistas, frente a los propios artistas.
(Habrá un descanso todos los días de 13:00 – 18:00)
La complejidad a la hora de abordar la definición misma de “institución arte” nos hace pensar en el sentido que tiene este concepto, más allá de lo evidente. La contradicción se sitúa en la imposibilidad misma de concretar esa institución: ¿qué es institución arte? ¿Quién es el sistema del arte? A priori, entendemos instituciones como aquellas estructuras más o menos estables que ayudan a configurar qué es el arte, en cada momento histórico, y permiten el acercamiento de los públicos a las obras. Por tanto, esa institución es un sistema mediador, se encuentra a medio camino entre la producción artística (el trabajo de las artistas y los artistas) y la recepción final. Sin embargo, lo institucional parece haberse cargado de un sentido burocrático bastante limitador, reduciéndose solo a lo que entenderíamos por museos, centros de arte, escuelas, universidades…
Para mí tiene especial relevancia la definición que la institución tiene en un sentido más amplio. Desde la crítica feminista en el arte (principios de los años 70 hasta hoy), hemos sido testigos de un cuestionamiento de la Historia del Arte misma como estructura estable y como institución académica inamovible. Su relato, que había dejado fuera no sólo a las mujeres sino a toda clase de grupos minorizados, ha sido puesto en cuestión precisamente con el fin de reelaborar el discurso de manera más igualitaria e inclusiva. Así, podríamos decir que existe una primera crisis en la propia institución del arte como Academia. El malestar en la narrativa oficial de la propia historia provocó su cuestionamiento mismo.
Por otro lado, en el caso del Estado español resulta especialmente importante cómo determinados movimientos activistas han sido quienes han puesto en jaque a la institución arte y han permitido su evolución intelectual y artística en las últimas décadas. El activismo feminista o el movimiento descolonial han sido dos de las fuerzas principales que han cuestionado y cuestionan cómo se estructuran lo que entendemos tradicionalmente por instituciones culturales (entendidas como museos y centros de arte) y que en muchos casos siguen reproduciendo unos patrones colonizadores y patriarcales en sus programaciones y actividades. En el contexto en que nos encontramos, analizando la idea de malestar, la no representación de estos grupos y colectivos provocó el cuestionamiento institucional.
En 2009 se crea la asociación Mujeres en las Artes Visuales (MAV), que actualmente está formada por más de 700 socias. Entre sus fines, MAV trabaja para promover la igualdad real y efectiva entre mujeres y hombres dentro del sector de las artes, exigiendo la aplicación del artículo 26 de la Ley de Igualdad.
MAV es un ejemplo de un modelo muy particular en el Estado español, que es la fuerza que las asociaciones feministas han tenido en las políticas progresistas a lo largo de los años, tanto a nivel territorial como estatal. Para mí, como comisaria y profesional en las artes, no pueden estar separadas las acciones activistas y feministas (en cualquier campo) de las exclusivamente culturales. Así, las acciones del feminismo forman parte de la misma cultura del malestar que denuncia las desigualdades dentro del sistema del arte; por lo tanto, las instituciones artísticas no pueden ser ajenas a las desigualdades estructurales en un sistema patriarcal. A partir de este descontento, en los últimos años hemos presenciado cambios significativos, como el surgimiento del movimiento Me Too o La Caja de Pandora, que denuncian los abusos sexuales y el acoso dentro de las relaciones profesionales en los sectores culturales, hasta ahora silenciados. La institución cultural entendida tradicionalmente como esa estructura etérea e intangible de relaciones que se establecen entre los profesionales de las artes ha sido también el marco en el cual se han desarrollado muchas de estas relaciones de abuso y de poder, amparadas por la inestabilidad y la precariedad propia del sector.
Los retos a los que nos enfrentamos ante las distintas crisis que vivimos nos obligan a pensar el futuro de la cultura y especialmente de las artes desde una perspectiva nueva. La masiva afluencia de los públicos a las exposiciones, especialmente tras la pandemia, es un síntoma de esta transformación que estamos viviendo en la percepción de la cultura por parte de un visitante no especializado. Esto, creo, es una de las mejores cosas que nos dejó la pandemia, el valorar el deleite y el disfrute de la contemplación. Frente al consumo rápido de las redes, la continua sucesión de acontecimientos políticos o la crispación, el museo y las exposiciones se convierten en remansos de silencio, disfrute, deleite y reflexión.
Estamos también ante un interés creciente por las exposiciones que pone en valor no sólo la cantidad sino la calidad. No es esta una crisis exclusivamente de la cultura, las dificultades que vive el sistema neoliberal abarcan todos los ámbitos, pero es desde la cultura desde donde podemos reflexionar en profundidad sobre qué somos como institución y cómo nos queremos relacionar con nuestros vecinos y vecinas, con el visitante que viene a vernos como parte de su tiempo libre, buscando un ocio de calidad.
Por otro lado, nos encontramos ante la disyuntiva actual de distintas crisis globales donde entra en jaque de nuevo la dimensión neoliberal de nuestro sistema del arte. Ante los exiguos presupuestos para la cultura y la cada vez menor atención a la educación artística en las enseñanzas básicas, nos preguntamos cómo sostener un sistema que se ha basado en el éxito económico. ¿Cómo pensar la institución más allá del “éxito” económico y numérico y el precio de su entrada, y poner en valor su programación y su sentido crítico?
A lo largo del día de hoy, el primero de estos encuentros de pensamiento que promueve este Festival de las Ideas, pero también en los dos siguientes, me gustaría abordar ejes de reflexión vinculados a la idea de malestar en el sistema del arte y probablemente aplicables a la cultura en general. Hablaremos de precariedad, y del terrible dato de que menos del 15% de los y las artistas vivan de su trabajo en España, pero también me gustaría reflexionar con perspectiva de género, sobre qué ocurre en el caso de las mujeres artistas, mayoría en Bellas Artes, minoría en las ferias y premios.
De la misma manera, el público racializado no sólo no está presente en los equipos de los museos sino que muchas veces no está promovido ni como público. En el informe “La diversidad étnico racial en las instituciones culturales de la Comunidad de Madrid”, realizado por José Ariza y Yeison García para FelipaManuela en 2022, las propias instituciones culturales señalaron la carencia en el fomento del público de las personas migrantes y racializadas: el 55% confirmó que no lo fomentan frente a un 22% que aseguró que sí lo incentivan.
Cuando hablamos de culturas del malestar pero también lo ligamos a la idea de catarsis estamos hablando desde este lugar, desde el de pensar que hay públicos que no se sienten representados en los museos, ni en sus programaciones ni en sus equipos. Esto es también un dato que nos invita al debate y la pregunta, ¿cómo es posible este dato en una población como la de la Comunidad de Madrid donde un millón de personas son racializadas o migrantes?
En este primer día de este Festival de Ideas me gustaría lanzar estas preguntas e invitarles a continuar otras, ¿cómo transformar las narrativas culturales del sistema del arte para que sean más inclusivas? ¿Es posible esto? Y con movimientos recientes descoloniales o como el MeToo, ¿qué lugar ocupa el sistema del arte en frenar o perpetuar estas prácticas? ¿Se siente interpelado el público de una exposición ante estas cuestiones que atraviesan al sector?
En la presentación de hoy me gustaría hacer una aproximación a qué es para mí la curaduría, el comisariado, qué modos hay de “curar”, de trabajar con las artistas, en esa delgada línea donde confluyen, en mi trabajo, activismo y profesión, feminismo y artes visuales.
La palabra “curaduría” proviene del latín “curare”, que significa cuidar. Me interesa esta etimología inicial que está cargada de sentido y significado, la idea de cuidar como algo que se ha convertido en algo principal en el debate público en los últimos años, gracias al impulso del feminismo. Las tareas no reconocidas y no remuneradas de esos cuidados que recaen sobre las mujeres y que empiezan a entenderse como lo que son, vitales. Vitales para la sostenibilidad del planeta, vitales para la sostenibilidad de nuestras sociedades, de nuestras democracias, frente a la ola reaccionaria. Cuidar, curar, curarnos.
Desde el comisariado, entiendo mi labor como un campo en el que seamos capaces de transmitir a los públicos otras formas de representar, otras formas de verse: “Un arte donde todos y todas puedan verse reflejados”, como dice Frances Morris, la que fuera directora de la Tate Modern de Londres.
Sin embargo, hablando de malestares, debemos señalar que el sistema del arte, en todas sus formas, está atravesado por el neoliberalismo y el patriarcado, se encuentra en una encrucijada para su supervivencia. ¿Qué camino tomar?
Señalaba Susay Aksoy (presidenta del Consejo Internacional de Museos entre 2016 y 2019) que la relevancia que tienen los museos los hace extremadamente importantes ante los profundos cambios que atravesamos en la actualidad. Los museos son una de las instituciones más fiables para la ciudadanía y en un contexto global marcado por el auge de la extrema derecha y la desafección general hacia las instituciones, los museos superan a los gobiernos y a la prensa como instituciones consideradas fiables para la ciudadanía. “Nuestra voz importa, y esto viene acompañado de una tremenda responsabilidad, algo que requiere de los estándares más elevados de la práctica profesional”, dice Aksoy. Pero esto tampoco es gratuito, los museos no son entes ajenos a las problemáticas sociales y, como tal, deben posicionarse: “Los museos no son neutrales. Nunca lo han sido y nunca lo serán. No están separados de su contexto social e histórico. Y cuando parece que están separados, eso no es neutralidad, eso es una elección. Elegir no abordar el cambio climático no es neutralidad. Elegir no hablar de colonización no es neutralidad. Elegir no defender la igualdad de género no es neutralidad. Eso son elecciones, y podemos elegir mejor. Para cumplir sus misiones y servir a la mejora de las sociedades, los museos necesitan no ser neutrales”.
Además, y como cualquier otro sector, existe una profunda brecha de género en el sistema del arte que se ve, además, acuciada por la precariedad casi endémica de las profesiones culturales, sometidas a los vaivenes de la economía en su estadio más bajo. El sistema del arte es, además, un espacio de relaciones interclasistas, donde “juegan” desde los coleccionistas con grandes fortunas a los y las artistas que no llegan al SMI. En el informe “La actividad económica de los/las artistas en España: estudio y análisis” editado por la Universidad de Granada en 2018, se detalla que menos del 15% vive de su trabajo artístico y casi el 47% declara que sus ingresos totales anuales, contabilizando todas sus actividades profesionales, sean o no artísticas, es igual o inferior a 8.000 € al año.
También encontramos un suelo pegajoso que impide a las artistas salir de una pobreza que se acrecienta a medida que pasan los años de profesión. Ellas son 70% de quienes se gradúan en Bellas Artes, pero entre la finalización de la formación universitaria (en torno a los 22 años) y hasta la jubilación (en torno a los 65) más del 60% de las artistas abandona su profesión. La brecha de género se produce, especialmente, a partir de los 30 años: “entre los 20 y los 30 años se produce cierto frenazo en aquellas que deciden tener hijos y que, en muchas ocasiones, encuentran serias dificultades para compaginar su actividad artística y el cuidado de su familia”. De hecho, y a partir de esta brecha, las artistas que han cotizado más de 35 años no son ni un 1% (0,2%).
A partir de todos estos datos, quiero plantear una serie de preguntas para la reflexión: ¿somos conscientes de la importancia que tiene el arte en nuestras vidas? ¿Cómo pensamos que viven los artistas? ¿Éramos conscientes de su precariedad?
Por otro lado, desde mi punto de vista es fundamental la fuerza que el arte y la cultura tienen para transformar el mundo y frenar a los reaccionarios. Trabajamos en lo simbólico, pero transformamos en lo real, planteamos otras formas de mirar. No olvidemos que miramos desde que nacemos, incluso antes de leer y escribir miramos, vemos e interpretamos visualmente nuestro mundo.
Siguiendo los planteamiento de la alianza entre instituciones “Feminist (Art) Institution”, añadiré algunos puntos interesantes que proponen desde su decálogo de transformación de las instituciones culturales:
- Una institución de arte feminista es (auto) crítica. Revisa su estructura y programa para reflejar las condiciones sociales del momento, en sintonía con el contexto social. Redefine lo que significa ser una institución pública y abarca a grupos que de otro modo serían marginados o discriminados. Se opone firmemente a cualquier manifestación de intolerancia como el racismo, la homofobia, la transfobia o el sexismo. Las instituciones de arte feministas defienden el punto de vista de los oprimidos y lo reflejan en su programa, su relación con el público y su propia organización interna.
- La ética de sus propias relaciones internas es tan importante para una institución de arte feminista como el programa mediante el cual se presenta al público. La calidad de sus relaciones, independientemente del puesto que ocupen, se considera de igual importancia que la calidad del programa.
- Una institución de arte feminista se basa en una comprensión feminista del trabajo. Se inspira en la importancia que la teoría feminista atribuye a los cuidados y otras actividades que no se pueden monetizar pero que son cruciales para el bienestar de la sociedad. Se reconoce y respeta la labor de las personas gerentes de producción, contables y todas aquellas personas que contribuyen al mantenimiento de la institución (limpieza, vigilancia, servicios).
- Una institución de arte feminista toma como artículo de fe que la sociedad contemporánea es patriarcal, como lo es el sistema del arte contemporáneo. El objetivo de la institución es participar en la lucha para cambiar esta situación. Por lo tanto, una institución de arte feminista promueve las cuotas como una solución temporal al desequilibrio y la discriminación de género.
Siguiendo el planteamiento de Chantal Mouffe, las instituciones culturales son ser parte de una lucha contrahegemónica progresiva. Pueden (y deben) “generar una cultura democrática que empodere a la ciudadanía mediante la creación de espacios públicos capaces de fomentar una variedad de prácticas para desarrollar sus capacidades críticas”.
Ante esta desazón generalizada, ¿cómo el arte es una herramienta para transformar el malestar en catarsis? ¿Cómo podemos contribuir a hacer más sostenible un sistema precario, difícil y desigual, pero cuyo fruto (el arte) es imprescindible para el ser humano? ¿Cómo podemos, como público, exigir a los museos e instituciones culturales que sean más paritarias y justas en sus exposiciones? ¿Somos conscientes de esta desigualdad? ¿Podemos exigir un cambio? (estoy pensando en la acción que Toya Viudes, sobrina de Rosario de Velasco, llevo a cabo en Twitter para recuperar las obras de su tía y que ahora vemos exponiendo en el Thyssen, o cuando Twitter pidió al Museo del Prado, en 2019, que dejara de manera permanente en su exposición “El Cid”, un retrato de un león de Rosa Bonheur). ¿Son las redes sociales y los canales de diálogo con los museos una herramienta que permite a la ciudadanía no sólo expresar su malestar sino provocar cambios positivos en las instituciones?
A lo largo de estos días hemos reflexionado sobre la precariedad en el sistema del arte, sobre la brecha de género en la representación y en el mercado, y hemos cuestionado también el protagonismo del mercado frente a otras instituciones del sistema del arte.
Hoy me gustaría plantear el debate a partir de la aparente idea de la neutralidad de los museos. Ya ayer hice una alusión a esto cuando citaba a Susay Aksoy (presidenta del Consejo Internacional de Museos entre 2016 y 2019) y su afirmación de que “los museos no son neutrales. Nunca lo han sido y nunca lo serán. No están separados de su contexto social e histórico. Y cuando parece que están separados, eso no es neutralidad, eso es una elección. Elegir no abordar el cambio climático no es neutralidad. Elegir no hablar de colonización no es neutralidad. Elegir no defender la igualdad de género no es neutralidad. Eso son elecciones, y podemos elegir mejor. Para cumplir sus misiones y servir a la mejora de las sociedades, los museos necesitan no ser neutrales”.
Movimientos como “Museums are not neutral” han hecho visible esta no neutralidad. En el debate público se ha planteado también los cambios en elementos como las cartelas, aparentemente elementos secundarios pero fundamentales en la transmisión de discursos en cualquier exposición. El pasado mes de julio publicaba en El País un artículo la académica Estrella de Diego donde hablaba de “la revolución silenciosa de las cartelas de los museos”, y afirmaba que “los títulos de los cuadros y la información que se exhibe sobre ellos son un arma indiscutible para el control de la narrativa, pese a su aspecto inocente y aunque hayamos tardado en verbalizarlo”.
Desde otros movimientos activistas en el arte se luchado mucho precisamente para cambiar estas cartelas y lo que en ellas se contenía. Teníamos hace unos meses el Museo del Prado: “El Museo del Prado ha revisado casi 27.000 fichas de cuadros en su web y unas 1.800 cartelas de piezas expuestas en sus salas para eliminar el término “disminuido” y determinadas referencias físicas de los personajes de sus obras”. En el caso de otras 17 cartelas alusivas a mujeres en las pinturas “se revisaron todos aquellos títulos de obras que hacían referencia a las mujeres protagonistas y en los que no se las mencionaba por su cargo o función, sino en relación a sus cónyuges masculinos”. Es el caso de María Tudor, en cuya cartela anterior se la tildaba de “poco agraciada”.
Otros museos han seguido esta estela, como el caso del Museo de América, especialmente tras una serie de protestas en las redes por eludir hablar de las personas esclavizadas y usar términos como “comercio internacional”. Esto nos plantea varias cuestiones que me gustaría lanzar aquí: ¿cuándo nos creemos de un museo cuando lo visitamos? ¿Creemos que lo que nos cuentan los museos, a priori, es fiable? ¿Somos conscientes de esta aceptación sin cuestionamiento? ¿Por qué genera debate el cambio que intenta hacer evidentes los sesgos anteriores, pero no el sesgo mismo que tantos años ha estado en la cartela? La artista Michelle Hartney llevaba a cabo la acción “Separar el arte del artista”, donde situaba una cartela alternativa junto a la colocada por el museo en las obras de Paul Gauguin, Pablo Picasso o Balthus, haciendo referencia a su comportamiento misógino. “Creo que la gente está dándose cuenta de que proporcionar un contexto histórico no quita sentido a una obra de arte”, dice Hartney.
El museo no es un espacio neutral y, sin embargo, su autoridad enunciadora es significativa. Por eso malestares sociales recientes utilizan la poderosa imagen de una lata de tomate sobre un Van Gogh o un Monet para hacernos pensar en el cambio climático y en la necesidad de tomar partido.
El arte es una herramienta fundamental para la denuncia y la protesta, lo ha sido siempre, desde las Pinturas Negras de Goya al Lorca enterrado en una galería en Carabanchel de Eugenio Merino. La política forma parte intrínseca del hecho artístico, no así el partidismo, que en los últimos años estamos viendo intervenir en las programaciones de los museos a través de injerencias políticas, tanto en España como en otros países, como Italia. El asociacionismo del sector, como Instituto de Arte Contemporáneo o Mujeres en las Artes Visuales trabajan de manera continuada para velar por el cumplimiento del Código de Buenas Prácticas, que impida las injerencias, remunera de manera justa a los profesionales de las artes y estipule un marco mínimo de trabajo profesional.
De la misma manera, en los últimos meses en el contexto español e internacional, hemos presenciado cómo las propuestas museísticas se convertían en espacios de reflexión ciudadana, de activismo y de diálogo con el presente. En un momento de crisis y de falta de referentes, las instituciones artísticas son esos lugares donde dar cabida a la reflexión y hacerlo de una manera crítica, lo que implica necesariamente que sea con perspectiva feminista. Las propuestas culturales han virado hacia unas que sean apreciadas por los públicos, especialmente también por el visitante cercano, más allá de los blockbuster y las exposiciones masivas que no trabajan desde un eje situado.
La ciudadanía del siglo XXI es una ciudadanía conectada, que opina y debate a través de las redes sociales, que entiende que la institución museística ya no es un espacio cerrado y que el diálogo debe ser fluido, natural; de ahí que la colaboración sea algo urgente y más necesaria que nunca si de verdad desean seguir siendo relevantes para el público. La Asociación de Museos británica, en referencia a lo ocurrido con el movimiento Black Lives Matter, hablaba de la necesidad de transformar las instituciones culturales y asumían “la responsabilidad de acabar con el racismo en el sector del patrimonio. Este trabajo está atrasado. Este trabajo no es negociable. Afecta a todos los aspectos de nuestro sector, desde las colecciones que conservamos y preservamos, las personas que forman parte de la plantilla del patrimonio, hasta los programas de aprendizaje que ofrecemos. La conversación y la acción son constantes”. El museo del siglo XXI conserva y protege el patrimonio de todos y todas pero también está en diálogo con la sociedad y es parte de sus instituciones fundamentales para que los cambios sociales sean una realidad y no una quimera.
Así, me gustaría plantear esta serie de ejes de reflexión hoy, cómo abordar un sistema del arte cada vez más de interés para los públicos pero que siga siendo independiente, profesional, paritario y justo. ¿Es el arte más político por explicitarlo en las obras? ¿Una pintura abstracta en los años 50 o 60 era menos arte político que el de Santiago Sierra? ¿Cómo pueden los públicos contribuir a conservar los museos como instituciones de autoridad sin intervenciones políticas, ajenas a los intereses partidistas?
Jueves 19 de septiembre 11h
Viernes 20 de septiembre 11h
Sábado 21 de septiembre 20h
Los Speakers’ Corners del Festival de las Ideas son espacios abiertos donde cualquier persona puede tomar la palabra y compartir sus ideas. Estas instalaciones efímeras, ubicadas en el centro de Madrid, estarán activas durante todo el festival y contarán con la presencia de figuras destacadas que guiarán los debates sobre diversos temas. ¡Una oportunidad para que todos puedan ser escuchados!